A través del paso de los tiempos, tal vez desde los primeros homínidos, las características evolutivas permanentes del género Homo y hasta el actual Sapiens, fueron codificadas y registradas de variadas formas como consecuencia elemental y atenta de la observación. Hoy, existen varias disciplinas, de rango científico algunas, que se ocupan de este tema, como por ejemplo la psicología, la antropología y otras.
Por otra parte, las sociedades, trasmitieron primero oralmente y luego con los medios tecnológicos de su época, la visión salvaje de cada característica reconocida como establecida y permanente en la humanidad, con diferencias solo de grado para cada individuo. Ejemplos: Todos los seres humanos descargamos adrenalina en nuestro torrente sanguíneo en caso de peligro u otra forma de excitación. Unos más y otros menos pero, todos. Esa observación de las características humanas, que son las mismas del observador, en cuanto humano, también fue detectada y registrada en el acervo popular, en forma de refranes, chistes u otras formas, siempre la verdad, muy cercano a la verdad o, por lo menos, la verdad en creencia.
Otras características de la especie humana, ya incorporada a la universalidad como acervo constitutivo, tiene que ver con la identidad ,aquello que como complemento se asocia a nuestros datos filiatorios, el reconocimiento y, la pertenencia. Todos, en diferente grado e intensidad tratamos de construirnos una identidad, ser reconocidos en nuestro logros y tener alguna pertenencia: A un partido político, hinchada de un club de fútbol, una pandilla, un grupo musical… Grupo de ex alumnos o veteranos de Malvinas. Terrible forma de transitar la vida de cada uno sería, sin identidad (alguna característica por la que se nos identifica), sin reconocimiento de nuestros logros de estudios, laborales, deportivos o éticos-morales y, además, sin una pertenencia.
Con sustento en lo dicho, entendida la línea argumental, ahora nos enfocaremos en aquellas personas que, circunstancialmente les es requerido ejercer alguna forma de poder.
Si debiéramos seleccionar una acepción para el propósito que nos anima, a la palabra poder que nos sea útil para hacer la diferencia entre poder normal o el patológico, podríamos decir que el poder es aquella posibilidad que una persona posee para ser capaz de que otros personas cumplan su voluntad y, que esa posibilidad, el poder, tenga un propósito de bien social.
Un problema adicional y tal vez característico de las personas llamadas a ejercer poder que, por falta tal vez de capacitación y entrenamiento, creen, honradamente que, es posible y legítimo ejercer ese poder siendo uno mismo. Uno mismo, con la respectiva carga de virtudes y defectos. Pocas cosas más equivocadas y dañinas. Antes de aceptar una responsabilidad que implique en alguna forma el ejercicio de poder, el beneficiario debe pensar que se espera de él en esa tarea. En general podemos afirmar que, unas de aquellas cosas que se esperan de él, idoneidad técnica y moral, es con rango superlativo. Además, se espera, en términos otra vez generales, templanza, prudencia, saber escuchar, pudor por el poder que está ejerciendo, firmeza y constancia en cuanto a las decisiones tomadas luego de las respectivas consultas, apoyo a los subordinados, respeto a los fondos, modos y formas. En el ejercicio del poder no es legítimo el comportamiento como en casa, como en familia o como en el bar o en el club. En el ejercicio del poder se representa un rol, rol que debe articular armoniosamente con el conjunto, con el sistema de que es parte. En el ejercicio del poder, no es posible ser el malhumorado, el espontáneo, el superficial, el arbitrario, el autoritario, el despectivo, etc., como en casa, en el bar o en el club. El funcionario debe tener, tal como lo tienen los militares, una conducta programada, en tanto previsible. Esa actitud de programar su conducta, representa una parte sustancial de su remuneración. De otra manera, los subordinados pasarán una parte de su tiempo útil, tratando de adivinar el talante del jefe. Trataran de satisfacer al hombre, en lugar del funcionario.
La mera observación nos indica que son una mínima cantidad los funcionarios que se preocupan de este importante aspecto de su responsabilidad y, muchos menos, los que se ocupan. Entre los que se preocupan y ocupan de adecuar su comportamiento a los requerimientos de la función que les toca ocupar son los que provienen de algún tipo de organización con autoridad vertical, condujeron personal tales como ambientes militares o empresas de considerable tamaño. En especial con raíces y casa central en el mundo desarrollado.
Aquí podemos intentar definir que, aquellos funcionarios sin tradición en la función pública tal como, los nuevos ricos, son más propensos a necesitar el reconocimiento patológico de otras personas como condición necesaria para poder gozar de su neo poder o nueva fortuna que, en general, proviene de formas y modos que devinieron en la calificación de Casta. Así como los jueces hablan con sus fallos, los funcionarios deberían hablar de los problemas a los que dieron solución.
La lógica del Casta: “De que vale tener un Ferrari, si los muchachos del barrio pobre del cual provengo, no saben que la tengo “.
Un chiste, si bueno, vale más que mil palabras.
Cuenta el relato que, un fanático admirador de Taylor Swift, coincidió en un vuelo con ella. El avión se estrelló en el Pacifico. Él y Taylor fueron los únicos sobrevivientes que encontraron refugio en una isla desierta de otros seres humanos. Pero, en la pequeña isla, había todo lo necesario para la vida. Animales, agua, sin predadores…
Los dos sobrevivientes, en poco tiempo se adaptaron a su nueva condición e, incluso, al poco tiempo, los convirtió en pareja. La mujer que le había quitado el sueño, era su mujer, increíblemente hermosa mujer, solo para él.
Pasado un tiempo, luego de un periodo de increíble y completa felicidad, el decayó anímicamente hasta casi llegar a la parálisis total. Ella intento saber que le ocurría pero solo le respondía un pesado e incómodo silencio.
Una mañana, con el ánimo alterado y como padeciente de una situación febril, él le pidió a Taylor que, entrara al refugio y se vistiera con la vestimenta de hombre que había salvado del accidente. Ella, sin entender lo que ocurría pero ante la perturbación de él, obedeció y, se vistió con la ropa de hombre, incluido un sombreo que el oleaje arrojo a la playa.
Él, emocionado hasta las lágrimas se acercó a ella y, tomándola de los hombros, en el límite de la emoción, le dice: ”Macho, no sabes la rubia que me estoy comiendo”.
pedro enrique borgoglio boetti
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